El fin de semana pasado me dieron una de las noticias que más me ha hecho emputar en mi vida, un área verde a la que un grupo de personas hemos dedicado ya bastantes domingos reforestando y dando mantenimiento a lo que hicimos, fue quemada en su totalidad. No todos los árboles murieron, pero me sentí como si se hubieran metido a robar a mi casa, tal vez no desapareció todo, pero me enoja el hecho de que lo que ya no está, se haya ido más rápido de lo que me costó tenerlo.
Como muchos saben (y quienes no, se los informo) formo parte de un colectivo que se encarga de evitar que se urbanice un espacio de los muy pocos verdaderamente rescatables del municipio en el que vivo (Tonalá, Jalisco). Como medida para concientizar un poco a la población de lo importante que era apropiarnos del espacio público, nos dimos a la tarea de reforestar el de por sí descuidado espacio.
Quienes no lo han hecho antes, el plantar un árbol conlleva una severa chinga, tienes que hacer agujeros del tamaño indicado, ni muy pequeños, ni muy grandes, si el terreno está lleno de piedras es aún más difícil, se debe conseguir tierra con residuos orgánicos para que el árbol crezca, y si el plantarlo no es suficiente, mientras está pequeño, debes de encargarte de regarlo, regarlo y regarlo para que no muera mientras se adapta al suelo en el que lo pusiste.
Se nos ocurrió realizar todas estas actividades los domingos porque es el día de la semana que la gran mayoría tenemos libre, lo cual implica que ahora ni ese día estemos sin realizar ningún quehacer. Pero ¿Qué pasa cuando lo estás realizando extraoficialmente?
Ahí entra la parte interesante, ya que tu te tienes que encargar de conseguir gente que esté dispuesta a ayudar, y que sea constante con el mantenimiento del árbol que plantó. Lo realizas como un acto simbólico para demostrar que lo que necesita el planeta ahora son más áreas verdes, y que las personas que se lo propongan, lo pueden llevar a cabo de manera organizada sin contar con la aprobación institucional, porque, pues, se trata de un lugar de acceso público.
Lamentablemente estas actividades no existen de forma aislada a la cultura destructiva que tenemos, cultura en la que nos parece bastante sencillo tirar nuestra basura en la calle, tirar colillas de cigarro en el pasto a sabiendas que eso puede provocar un incendio, o en el más estúpido de los casos, provocar el incendio “porque se nos ocurrió”. Resulta bastante irónico que al ser una especie dotada de plena conciencia, al hacer uso de ésta pueden resultar ideas bastante pendejas.
No pienso ponerme a jugar al detective y descifrar si el incendio fue provocado por el calor y el aire, por la basura o por Enrique Peña Nieto y su sistema opresor. Lo que nos queda hacer ante ésto es simple, o nos rendimos o proponemos una alternativa, porque no es algo que solo me haya pasado a mí, recordemos ese domingo en el que un incendio oscureció (y apestó) toda la zona metropolitana.
La solución más importante tiene que ver con el seguir con la idea que se tenía en un principio, y que si quemaron árboles en una zona en la que implícitamente dimos el mensaje de que nosotros, como ciudadanos, nos haríamos cargo de cuidar, tenemos que seguir ahí, árboles podemos conseguir, pero la constancia es el elemento vital para que el plantar un árbol de verdad sirva de algo.