Cuántas veces no hemos escuchado entre las habladurías de la gente, cuando se toca el tema de alguna persona que sufrió abuso sexual que “seguramente ella lo provocó” o “se lo buscó por andar de puta”. Cuántas veces hemos escuchado en esas mismas conversaciones, cuando alguien muere que “seguro estaba involucrado en cosas ilegales”. Nos encontramos en una sociedad que se cree juez, que puede condenar o mencionar si una persona merece tal o cual destino con el simple hecho de opinar al respecto. Y no estoy diciendo con esto que nos privemos de la capacidad de opinar, creo que está bien que todos nos formemos un punto de vista respecto a un hecho. Pero es tal la moral que nos cargamos, y son tan arraigadas las pautas de esta que, es casi imposible dejar de lado nuestros prejuicios al emitir alguna conclusión. El caso más reciente que me ha causado tanto indignación como molestia es el de la chica que fue encontrada muerta en ciudad universitaria en CDMX, un caso del que comenzaron a surgir un sinfín de teorías al respecto pero la de las instituciones de justicia del país eran las que nos deberían de preocupar de verdad. La procuraduría de la Ciudad de México comenzó a tuitear al respecto con comentarios que de verdad sonaban a los juicios emitidos por cualquier vecino chismoso, eran comentarios referentes a la forma de vida de la víctima que no llegaban a ninguna conclusión que aclarara la razón de su muerte. De ahí surgió el #SiMeMatan con el cual muchas mujeres del país externaron su indignación por la estúpida forma en la que estas reglas morales implícitas en la sociedad habían impregnado también los procesos de las instancias de justicia. Una sociedad en la que se busca hasta el cansancio culpar a la víctima de un crimen, ya sea de violación o asesinato, ya sea hombre o mujer, siempre tenemos algo que decir respecto al cómo se merecen las personas lo que les pasa. Como esa forma tan prostituida que hoy en día tenemos de emplear la palabra “karma”, hacemos ver cómo todos nos merecemos lo que nos pasa por muy malo que esto sea, dejando de lado así lo verdaderamente importante, el qué estamos haciendo nosotros para que esta clase de crímenes dejen de suceder. El problema de todo esto es que, al observar la impunidad en casos como este y el del juez porky, estamos volviendo permisible el que sean pisoteados los derechos de las mujeres, el que su voz para fijar un límite claro ahora sea ignorada y eso convierte a nuestro país en un lugar inseguro. Muchos creen que por su simple forma de pensar no hacen daño a nadie, y hasta cierto punto tienen razón, las conclusiones superficiales de la gente chismosa puede que no tengan repercusiones sobre los padres de las chicas que son víctimas de esta clase de crímenes, pero observemos en realidad de donde viene la postura personal que tomamos y que nos hace emitir un juicio, no es algo que se nos ocurrió de repente, sino que está fundamentada en todas las concepciones torcidas que como sociedad tenemos de los valores, la moral y el ser personas de bien, lo cual no sólo genera vulnerabilidad para quienes resultan víctimas, sino que les quita todo tipo de protección para que se pueda hacer justicia debido a que, también las instituciones, rigen sus conclusiones y veredictos en esta mismas moral. ¿Nos estamos preocupando por que las nuevas generaciones tengan un respeto hacia la integridad del otro? ¿Estamos educándonos nosotros mismos para que los límites personales sean respetados? ¿Cuando alguien nos dice “no” de verdad lo escuchamos y respetamos? ¿Necesitamos que las instituciones que imparten justicia hagan públicos comentarios sin fundamento en busca de una razón para culpar a las víctimas? Es así como, el juicio del ser humano sobre el cuerpo, las actividades y las costumbres de sus semejantes, influyen para que, incluso cuando se deba de buscar justicia, no dejemos nunca de emitir un comentario estúpido.